Muchos de nosotros nos considerábamos inferiores, despreciables y nos sentíamos asustados y solos. Lo que veíamos en nuestro interior nunca igualaba lo que veíamos en el exterior de los demás.
Desde un principio, nos sentimos desconectados: de nuestros padres, de nuestros semejantes y de nosotros mismos. Nos aislábamos del mundo mediante la fantasía y la masturbación. Tratábamos de establecer alguna conexión sumergiéndonos en fotos e imágenes y persiguiendo a los objetos de nuestras fantasías. Perseguíamos con lujuria, y deseábamos que se nos persiguiese con lujuria también.
Nos convertimos en verdaderos adictos: relaciones sexuales con nosotros mismos, promiscuidad, adulterio, relaciones de dependencia y fantasía en aumento. Conseguíamos el sexo con la mirada; lo comprábamos, lo vendíamos, lo intercambiábamos, lo regalábamos. Éramos adictos al coqueteo, a la provocación y a lo prohibido. La única manera que conocíamos de liberarnos de la tiranía del sexo consistía en hundirnos aún más en él. “Por favor, relaciónate conmigo y lléname”, implorábamos de rodillas. A la vez que buscábamos con lujuria tratando de lograr el estado de trance definitivo, cedíamos nuestra propia voluntad a los demás.
Esto nos producía sentimientos de culpabilidad, odio a nosotros mismos, remordimientos, vacío interior y dolor. Nos encerrábamos cada vez más dentro de nosotros mismos, alejados de la realidad, del amor, y perdidos en nuestro interior.
Nuestra conducta imposibilitaba la verdadera intimidad. Desconocíamos lo que era la unión real con alguien, porque nos interesaba sólo lo ilusorio. Nos atraía el “hechizo” de lo físico-sexual, el contacto que producía efectos mágicos; precisamente porque así evitábamos la intimidad y la unión verdadera. La fantasía corrompía lo real, la lujuria mataba al amor. Primero adictos, después incapaces de dar amor, recibíamos de los demás para llenar el vacío que existía en nuestro interior. Nos engañábamos una y otra vez al pensar que la siguiente persona sería la que nos salvara, y mientras tanto, íbamos desperdiciando nuestras vidas.
Un Punto de Vista Personal
Es difícil de explicar, pero he aquí lo que la lujuria representa en mi vida. Es un tirano que quiere controlar el sexo en su propio provecho, a su manera y en el momento que le apetece. Es un ruido mental-espiritual que tergiversa o pervierte el sexo, de la misma manera que una interferencia ronca de radio estropea la audición de una melodía agradable.
La lujuria no es el sexo y no es física. Es una pantalla de fantasía autocondescendiente que me separa de la realidad, o de la realidad de mi persona en el acto sexual conmigo mismo, o de la realidad de mi cónyuge. Funciona de la misma forma ya se trate de la novia, de una prostituta o de mi esposa. De esta manera niega la identidad personal, la mía o la de la otra persona, y va contra la realidad, contra mi propia realidad, va contra mí.
Me resulta imposible disfrutar de una unión auténtica con mi esposa en la medida en que la lujuria esté viva, porque ella como persona no cuenta; es incluso un estorbo; es un mero objeto sexual. La verdadera unidad conmigo mismo es imposible si yo me divido en dos para tener un acto sexual conmigo mismo. El compañero fantástico que he creado en mi mente en realidad ¡es parte de mí! Con la lujuria el acto sexual no resulta de la unión personal; el sexo no fluye de la unión. El sexo activado por la lujuria hace imposible la unión verdadera. La naturaleza de la interferencia ruido-lujuria que yo sobrepongo al sexo puede consistir en diferentes cosas: recuerdos, fantasías que van desde lo erótico hasta aquellas que rebosan venganza o incluso violencia. O puede tratarse de la imagen mental de un fetiche o de otra persona. A la luz de todo esto, la lujuria puede existir al margen del sexo. De hecho, hay personas que afirman que están obsesionadas con el sexo y que no pueden mantener relaciones sexuales. Considero la lujuria una fuerza que invade y pervierte también otros instintos: la comida, la bebida, el trabajo, la ira… Reconozco que tengo una tendencia casi lujuriosa al resentimiento, y que es tan fuerte como la lujuria lo ha sido en sus mejores momentos.
Por tanto, mi problema básico como adicto al sexo en vías de recuperación es el de vivir libre de la lujuria. Cuando la tolero en cualquiera de sus formas, más tarde o más temprano trata de manifestarse en las demás. De esta forma, la lujuria llega a ser el exponente, no sólo de lo que hago, sino de lo que soy.
Pero hay motivos sobrados de esperanza. Al renunciar a la lujuria y a sus manifestaciones cada vez que me tienta, y al experimentar la liberación dadora de vida de origen divino, se producen la recuperación y la curación y se me restaura la integridad- primero la verdadera unidad dentro de mi mismo y después la unión con los otros y con la Fuente de mi vida.
No saber decir que no
Encontrarse constantemente en situaciones peligrosas
Volver la cabeza sediento de sexo a cada paso
Sentirse atraído exclusivamente por la belleza
Las fantasías eróticas
El uso de objetos eróticos
La adicción a la pareja como si de una droga se tratara
Perder la identidad por fundirse con la pareja
La obsesión con lo romántico- la búsqueda del “efecto mágico”
El deseo de excitar a la otra persona
La lujuria mata
La lujuria es la cosa más importante de mi vida, es más importante que yo.
Esclavo de la lujuria, me es imposible ser yo mismo.
La lujuria me esclaviza, mata la libertad, me mata a mí.
La lujuria siempre quiere más, la lujuria produce más lujuria.
La lujuria es celosa, quiere poseerme.
La lujuria hace que me obsesione conmigo mismo, hace que me encierre dentro de mí.
La lujuria hace que el sexo sea imposible sin ella
La lujuria destruye la capacidad de amar, mata al amor.
La lujuria genera sentimientos de culpa y la culpa hay que expiarla.
La lujuria hace que parte de mí desee la muerte, porque no puedo soportar lo que me hago a mí mismo y carezco de fuerzas para evitarlo.
Cada vez con más frecuencia, dirijo esa culpa y autoodio hacia mi interior y hacia los demás.
La lujuria me destruye a mí y a los que me rodean.
La lujuria mata al espíritu; mi espíritu soy yo, ¡la lujuria me mata!
© 1982, 1989, 2001 SA Literature Reprinted with permission of SA Literature.